Coja una moneda.
Imagínese que representa el objeto al que
usted se aferra. Enciérrela en el puño
bien apretado y extienda el brazo con la palma de la mano hacia el suelo. Si
ahora abre el puño o afloja su
presa, perderá aquello a lo que
se aferra. Por eso está apretando.
Pero hay otra posibilidad: puede
desprenderse y aun así conservarla. Con
el brazo todavía extendido, vuelva
la mano hacia arriba de forma que la palma quede hacia el cielo. Abra la mano y
la moneda seguirá reposando sobre la
palma abierta. Ha dejado de aferrarse. Y la moneda sigue siendo suya, aun con
todo ese espacio que la rodea.
Así
pues, existe un modo en que podemos aceptar la impermanencia sin dejar de
disfrutar de la vida, todo al mismo tiempo, sin aferrarnos.
Contemplar la impermanencia no es
suficiente por sí solo, es necesario
trabajar con ella durante la vida.
Destellos de Sabiduria
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